Otra demostración de que el arte tiene una función más allá de la puramente ornamental, a menos que estos tubos estén iluminando un tramo de la carretera: dispuestos en retícula bajo el tendido eléctrico, absorben toda la electricidad que éstos desprenden y se iluminan, espontáneamente.
Digo espontáneamente porque no están sujetos a ningún tipo de conexión, sino que Richard Box, el artista que llevó a cabo esta instalación, se limitó a plantarlos en la tierra, como quien transplanta un arbolito a la espera de que eche raíces.
Por si acaso no era bastante preocupante el hecho de que unos tubos encuentren la energía eléctrica que necesitan simplemente de lo que captan en el ambiente (nos podemos hacer una idea, entonces, de la cantidad tan brutal de electricidad que desprende un cacharro de esos), ocurre algo muy curioso si algún interesado en esta obra de arte se pasea por aquí: al pasar junto a las luminarias, éstas se apagan. Es universalmente sabido que el cuerpo humano es un gran conductor, y que, por tanto, si no conduce pero esté en contacto con electricidad, se la guarda para sí, pero no deja de ser impactante observar ese proceso de descarga-carga que se da en estas instalaciones al contacto con los seres humanos.
Esta obra es, por tanto, un medio de hacer evidente la contaminación que provoca el progreso de la humanidad y sus consecuencias (es más, sus consecuencias sobre nosotros mismos), a través de la creación de un punto de inflexión que muestra el encuentro entre esas dos realidades que son desprendimiento y absorción.
¡Es muy impactante! ya te lo dije el otro día cuando me lo contabas... pero parece ¡arte de magia!
ResponderEliminarQuizá no debería sorprendernos tanto en un "buen sentido" como algo extraordinario y preocuparnos más por el hecho de lo que ocurre con este experimento.
¡No sólo impactante! Perdonad la expresión coloquial, pero da muy mal rollo. Más allá de la "anécdota" (que no es tal), no deja de ser estremecedor.
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