Der holle rache kocht (La Flauta Mágica)
No es una gran película. La fotografía es convencional, los actores no son maravillosos, aunque la música es soberbia.
Sin embargo, me sorprendió comprobar que una película que calificaría casi de "cutre", en el sentido más técnico, encierra una carga antropológica que, cada vez que pienso en ello, me pone los pelos de punta. La película es, de alguna manera, Mozart:
La historia se desarrolla en dos planos paralelos, dos personajes complejísimos que conviven con una doble naturaleza difícil de asimilar. Por una lado, el narrador de la historia, un músico mediocre, pero un ser humano poseedor de las virtudes más elevadas (castidad, elegancia, pureza, devoción) que atribuye al mismo Dios el don de la música que le ha sido concedido y al cual dedica toda su vida y pasión. Por otro, un virtuoso de la música, un genio, que sin embargo es un hombre mediocre, vulgar, vacuo. Salieri. Mozart.
En una escalofriante confrontación de realidades, Salieri, la voz, se debate entre la más profunda admiración hacia una música que el sabe milagrosa, hecho que no puede ignorar, y la más exaltada aversión por un personaje que considera no merecedor de representar la música que Dios le inspira.
Porqué Dios le hace esto. Porqué Mozart es, simplemente, un genio. Porqué no puede evitar alegrarse de sus derrotas y no puede ignorar ni por un instante que es lo más asombroso que jamás se ha creado.
Una película que es más interesante cuando se acaba y la recuerdas que cuando la ves.
Para rematar esta crónica, y ayudar a mi texto a explicar unas reflexiones que me resultan difíciles de diseccionar y exponer, intentaré describiros dos escenas que son el culmen de toda la película, como las dos frases maestras de un texto medianamente aceptable y que resumen toda la realidad humana de la que hablábamos antes:
En la primera, Salieri tiene entre sus manos los manuscritos originales de las obras de Mozart (por una serie de circunstancias que no vienen al caso) y los contempla, mientras se oye su vozen off, admirada: "Aquellos bocetos eran perfectos, limpios, sin una sola corrección: Mozart se limitaba a transcibir la música que oía en su cabeza" (hecho que, por cierto, a mí me hace pensar acerca de la extraordinaria capacidad con las que algunas personas son dotadas, ¿cómo puedes, simplemente, oír esa música?, ¿componer piezas tan absolutamente maravillosas de un sólo pensamiento?, ¿trabajar con algo tan abstracto de una manera tan natural y próxima? y sobretodo, ¿cómo es posible que existan, los Genios, así, con mayúscula?)
Y una segunda, en la que el compositor magistral acude desesperado al rey, en todo su estúpido esplendor, implorando que le dejen dar los conciertos de una de sus obras sin alterar su contenido, y le dice: "Señor, sé que yo soy una persona vulgar, pero mi música no lo es", mostrando su dramática situación y la vinculación con su música en una sola frase. ¿Cómo es posible que alguien tan superficial, aparentemente, sea capaz de llegar hasta lo más profundo de cada uno de nosotros con cada una de sus creaciones?
En fin, una película que se aleja de lo que yo había visto hasta ahora, reflejando esa controvertida situación que se da cuando se encuentran genio y hombre en un sólo ser, y cómo lo asumimos y nos transforma a los que estamos alrededor. Toda una fuente de reflexión.
Me divierte cómo has arrancado tu entrada. Amadeus recibió 8 premios Oscar en su día, uno precisamente a F. Murray Abraham, que siempre fue a partir de entonces Salieri (creo que eso truncó su carrera). En su día fue una película reconocida. Tal vez tendría que volverla a ver. Con respecto a tu pregunta sobre la personalidad del artista te recomiendo fervientemente un libro de Wittkower titulado "Nacidos bajo el signo de Saturno". Ha habido grandes genios superficiales, insoportables, amorales, asesinos, como los hubo encantadores, educados o elegantes... A veces olvidamos que eran seres humanos con sus luces y sus sombras.
ResponderEliminarBueno, queda patente entonces que no tengo grandes conocimientos sobre el cine, ni mucho criterio. O puede que haya caído en el negocio del cine más actual, americano y comercial, y ahora si no hay sangre y coches volando me parece todo un poco cutre. ¡Cuánto han contaminado los Ángeles de Charlie y James Bond! Menos mal que por lo menos aún no he perdido la perspectiva argumental
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