miércoles, 24 de noviembre de 2010

Colorín colorado, este lío se ha acabado

A veces parece que el paso entre la teoría más maravillosa y la materialidad más absoluta, debe ser un proceso necesariamente doloroso para todos los que se cruzan en su camino.
Ay... las obras. Enseñarle a toda la ciudad la necesaria, pero poco agradable, operación de trasplante de algún órgano más o menos importante. Porque se comprende que a veces sea inevitable levantar aceras, enseñar nervios retorcidos, fosas que rebasan el nivel freático, los enormes tubos digestivos negros que recorren toda el entramado estructural. Pero lo de utilizar redes de seguridad necesariamente amarillas fosforescentes, en su defecto naranjas, instalar baños públicos provisionales en mitad de la vía como si fueran un elemento del mobiliario urbano cualquiera, los grandes contenedores de restos de obra que se acaban convirtiendo en los grandes contenedores de los restos de todo el barrio (mucho más cómodos que los que exigen levantar la tapa, claro, pero que tienen la ventaja de que luego viene un camión cuya misión específica es vaciarlo)... No sé, como que le quita romanticismo al asunto.Y esto lo dice alguien que comprende, observa y comparte toda la poética de la construcción. Un proceso evolutivo que se refiere al acuerdo definitivo entre el proyecto y la realidad urbana.
Pero claro, imagínate aquellos que ésto ni les va ni les viene. Que la única poética que le ven al asunto es la que tienen algunos señores dedicados a la construcción de a pie (reconozco que aquí me estoy aferrando a un prejuicio popular que maltrata mucho la imagen de estos profesionales). Quizás todos esos elementos que desvirtúan el proceso creador definitivo los desvinculan necesariamente de él. A veces, ni siquiera mirarán el edificio cuando esté acabado.
Por eso, por todo esto, he querido mostrar esto. Es una nueva forma de dar la cara a la ciudad, el ejemplo es Londres. No sólo esconden debajo de la alfombra todo aquello que los vecinos no quieren ver, todo aquello con lo que no quieren vivir, sino que llama su atención y crea un vínculo original, curioso, anecdótico del viandante con la obra. Algunos quizás después descubran mucho más detrás de los andamios, otros puede que no, pero ya han mantenido una relación más estrecha con el crecimiento de su ciudad de lo que habrían hecho nunca.

Un modesto ejercicio artístico que cumple de manera divertida una función muy obvia, pero que nunca se le había ocurrido a nadie. Realmente es elogiable.

1 comentario:

  1. Me ha parecido fantástico. Por cierto, has visto una película-documental que se titula En construcción, de José Luis Guerín. No sé por qué tu comentario me ha llevado a recordarla.

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