lunes, 22 de noviembre de 2010

"Una oda a la belleza"

LA ELEGANCIA DEL ERIZO (Muriel Barbery)

“Conmueve desde la crudeza y resulta deliciosa. Su secreto es la elegancia”.

Esta entrada la cedo a un librito de atractiva portada que en verdad no se muy bien como llegó a mis manos…
El relato nos presenta a dos personalidades de un mismo inmueble encerradas en una condición social que no cubre sus necesidades intelectuales y artísticas.
Por una parte la portera del edificio que debido a la visión socialmente condicionada del prototipo de portera amargada, vieja e inculta ha de llevar sus proscritas actividades intelectuales y artísticas a cubierto de las miradas poco afables de los vecinos, hacia los que exhibe una teatral ordinariez.
Y por otro lado, la hija menor de una familia de bien que habita en el inmueble y que oculta una extraordinaria inteligencia, gracias a la cual asimila el desencanto vital a una temprana edad, en la cual, la vida se le presenta caprichosa y cruel al permitir al individuo la ilusión por falsas promesas jamás concedidas.

Hoy resalto una parte en la que Renée la portera se enfrenta a una encrucijada al tratar entender un libro cuyo título: Meditaciones cartesianas – Introducción a la fenomenología le inspira la siguiente prueba de fuego.

“La prueba de la ciruela claudia asombra por su evidencia; tan evidente es, como digo, que lo deja a uno desarmado. Su fuerza estriba en una constatación universal: al morder la fruta, el hombre comprende al fin. ¿Qué es lo que comprende? Todo. Comprende la lenta maduración de una especie humana abocada a la supervivencia que, un buen día, llega a la intuición del placer, la vanidad de todos los apetitos facticios que distraen de la aspiración primera a las virtudes de las cosas sencillas y sublimes, la inutilidad de los discursos, la lenta y terrible degradación de los mundos a la cual nadie podrá sustraerse y, pese a ello, la maravillosa voluptuosidad de los sentidos cuando conspiran a enseñar a los hombres el placer y la aterradora belleza del Arte.
La prueba de la ciruela claudia se efectúa en mi cocina. Sobre la mesa de formica dispongo la fruta y el libro, y, atacando la primera, me lanzo también sobre el segundo. Si resisten mutuamente a sus cargas poderosas, si la ciruela claudia no logra hacer que dude del texto y si éste no acierta a arruinarme la fruta, entonces sé que me hallo en presencia de una empresa de envergadura y, atrevámonos a decirlo, de excepción, tan escasas son las obras que no se ven disueltas, ridículas y fatuas, en la extraordinaria suculencia de los pequeños frutos dorados.”

¿Es posible la coexistencia de los placeres asequibles, banales e instantáneos y los vetados a la exquisita y compleja degustación de un paladar ya instruido?

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